El racismo no es un prejuicio, es un puñado de píxeles dibujando el horizonte, es un afecto-máquina, es un bit de memoria multiplicada.
Es un sistema profundo de reconocimiento, es un dron sobrevolando el espacio público o un dispositivo ultrasensible en las puertas de las instituciones. Es un deseo violento aumentado por equipamientos en red. Extensiones y reencarnaciones entre el cuerpo y las secuencias de códigos acechando en una pantalla plana. -No confundirás humanos con gorilas-. El inconsciente es mucho más dócil que un chip. Imput tropical del futuro: en los campos de refugiados se activan las cuentas bancarias con el iris. El dinero hace un viaje planetario en un segundo y el refugiado se queda allí, donde está su ojo. Pesadilla de la subalternidad ciborg. Bitcoins sin sudor. Fronteras duras cerrándose al ritmo tecnocolonial del sistema de plantación globalizado. Acumulación digital y analógica de la indiferencia. Nostalgia de una postal soleada en la que nunca estuvimos. Es la deuda o la desaparición. Es la incontabilidad de los cuerpos que sobran, los que no dejarán huellas en el reino del big data. El racismo es blando y es duro, pero no es un prejuicio.